LA LLAVE

LA LLAVE

Estación Náutica de Santa Susanna
Estación Náutica de Santa Susanna

 

El otro día, mientras desmontaba un catamarán, al tiempo que vigilaba a una tomadora de sol, por si necesitaba mis auxilios en el transcurso de tan peligrosa actividad física, se me acercó un bañista de avanzada edad

— Disculpe, pero necesito un favor.

—Dígame, caballero.

—Verá, me he bañado con la llave del coche en el bañador y, ahora, no me  abre. ¿Me puede sacar la llave de emergencia que va dentro de la misma llave? — y me entregó un pequeño mando de plástico en cuyo interior estaba la llave mecánica.

Cogí el mando, la llave electrónica, y le pedí que me acompañase al módulo que nos hace las veces de vestuario, taller, sala de te…. Allí, tomé unas tenazas y le saqué la llave, con lo que el señor bañista, de avanzada edad, se puso muy contento.

—De todas maneras, no creo que le arranque el coche.

— ¿Ah, no? ¿Y por qué?

—Si arranca solo con la llave electrónica, me temo que al haberse mojado le será imposible activarlo.

— Gracias de todas maneras. Me ha hecho un gran servicio. ¿Le tengo que abonar algo?

— No, no se preocupe.

Y dando, de nuevo, las gracias, el bañista se fue. Al poco rato volvió a aparecer:

—Disculpe, pero el coche no me arranca y toda mi ropa y números de teléfono, que están en el móvil, los tengo en el maletero, al que no puedo acceder.

—Tome, llame desde mi teléfono a la persona que quiera.

—Gracias, pero no puedo llamar, pues no me acuerdo de ningún número. Todos están el móvil. — dijo mostrando cierta contrariedad.

— ¡Vaya! Pues no le queda otra que llamar al seguro.

— ¿Cómo, si no sé el teléfono?

— Los papeles del seguro, ¿los tiene en el maletero o en la guantera?

La cara se le iluminó:

— Tiene razón, en la guantera. — Así que fue a buscarlos y pudo solucionar su problema. Una vez que hubo llamado y estábamos en charla distendida, mientras esperaba a la grúa que le había de enviar el seguro, y tras haberle dicho que con las llaves electrónicas no hay que bañarse, que la humedad las estropea, me miró muy serio y con aire transcendente me dijo. — Es increíble, cada día se aprende algo nuevo.

EL PLAGIO

EL PLAGIO

 Ceremonia del te 083

Hoy me apetece relataros una anécdota que me encantó, por deliciosa, y de la que tuve noticia el pasado jueves, conversando ante una cervecita tras la presentación en Mataró de “el viaje de Pau”, de Benjamín Recacha. Naturalmente, he cambiado los nombres.

Relataba un amigo, que un familiar suyo, septuagenario, una mañana, cogió unos folios encuadernados, se los metió en su cartera de cuero y comunicó a sus familiares que iba a registrar su tesis.

Al llegar al registro de la propiedad, en ventanilla, le preguntaron por el nombre de la tesis que quería registrar. Cuando lo dio, se sorprendió, al serle comunicado por el funcionario, que ese título ya estaba registrado. Por curiosidad, el hombre preguntó quién se le había adelantado:

— Onofre Arauja.

— ¡Si soy yo!, — exclamó sorprendido.

Lazos de Familia

LAZOS DE FAMILIA

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Un hombre caminaba por un sendero, delimitado por campos de labranza a ambos lados. El sol calentaba pero aún no estaba en todo su apogeo. Los labriegos trabajaban la tierra sin prisa pero sin pausa. De tanto en tanto, un grupo de árboles, estratégicamente situados, con la misión de dar cobijo a los trabajadores en las horas de descanso.

Desde su posición, el hombre divisaba el pueblo, todo encalado, situado en una loma, coronado por una iglesia, erigida en piedra, material considerado noble para las construcciones dedicadas al culto. El campanario destacaba por su excesiva verticalidad.

Sin parar, se quitó la gorra que llevaba para protegerse del sol y, tras ventilarse la abundante cabellera, se la volvió a encasquetar. En ese momento las campanas de la iglesia empezaron a repicar. Por cómo lo hacían era la llamada a una festividad, el anuncio de una boda.

Por el lado del viajero pasó un carro. Este se hizo a un lado para dejarle pasar. El carro era de paseo y estaba engalanado, así como los pasajeros que iban en él. El conductor tiró de las riendas para frenar a los caballos, dos espectaculares animales de tiro, completamente negros, con unas poderosas trancas. Al detenerse ante el caminante, este pudo observar las gruesas patas de los caballos, acabadas en unos cascos más grandes que sus dos manos juntas. El caminante dedujo que debían de ser caballos ingleses.

Uno de los pasajeros, con un elegante traje de pana, se enderezó sobre el asiento y empezó a otear el horizonte. Al cabo de un rato encontró lo que buscaba. Dio una voz para reclamar la atención de un hombre que estaba laborando la tierra.

-Tío Juanito. Tío Juanito. ¿No ha oído las campanas? ¿El que se casa no es su hijo?

-Sí, -respondió el tío Juanito.- Pero solo van los más allegados.

Josep García

Esta anécdota, según creo,  tiene su origen en un pueblo de La Mancha, llamado Piedrabuena. La tengo oída en gente del lugar y en buena parte de mi familia.