CIVILIZADOS

Estaba el otro día tomando café en un bar. Espero que nadie se entere de que aún me llega para pagarme un café, son capaces de rebajarme mucho más el sueldo por considerar que no necesito de este lujo para vivir. Con esto, con el café, amenizaba mi espera mientras llegaba el tren que debía de llevarme a la gran urbe. Tenía unos asuntos que resolver, que no vienen al hilo de lo que voy a contar.
Como no había ningún diario a mano, todos estaban siendo utilizados por otros consumidores que habían llegado antes, me distraía mirando la televisión. Daban uno de esos programas matinales en donde aparecen tertulianos y comentaristas expertos que dan su opinión sobre la actualidad política, económica, social y todo lo que creen que puede interesar a la gente. En el fondo, lo que consiguen es desinteresarla y desconectarla del círculo de decisiones importantes, pero eso es otro tema que tampoco viene al hilo del relato. En ese tipo de matinales, conectan con diversos lugares y de tanto en tanto, dan alguna noticia o reportaje, en un intento por captar la atención de las personas que, por la razón que sea, están mirando en ese momento el programa.
Justo es reconocer, que esos programas me son de gran ayuda. Me resulta fácil seguirlos sin que suponga un esfuerzo de concentración, y es muy fácil desconectar para dedicarme a otra cosa. No recuerdo haber lamentado desconectarme de uno de esos magazines matinales para atender otras obligaciones. Si en lugar de tener sintonizado ese anodino producto, el responsable del local, hubiese sintonizado una película, por mala que fuese, esa mañana, habría perdido el tren.
En un momento dado, en el programa introdujeron un video de una niña china que era atropellada por un vehículo. El vehículo no se paraba y la gente que estaba alrededor se despreocupaba del cuerpo de la niña, que se quedó tendida en el suelo hasta que alguien llamó a un servicio médico que la recogió.
El video captó la atención de los que estaban en el local, que clamaron indignados contra la deshumanización de la sociedad, no ahorraron insultos contra la población asiática, y como sobraba, de rebote, también recibieron los habitantes de otros continentes, africanos y americanos, siendo mayor o menor la intensidad y cantidad del insulto, según la percepción que los indignados ciudadanos tenían de su proximidad o lejanía a nuestros parámetros culturales.
El vídeo conectó con la gente. Aunó la indignación popular al mismo tiempo que manipulaba su ego dándole una noticia entendible, con la que podía comulgar, sentirse parte del sistema establecido y bendecir la suerte de formar parte de una sociedad civilizada, con valores de respeto hacia la vida, todo lo contrario de esa horda bárbara, sin valores morales e inhumana.
De pronto, mi café vibró, mi asiento se desplazó unos milímetros, el sonido de un choque tremendo entró por las ventanas, apagando cualquier otro sonido a su paso, una humareda de polvo de cemento, elementos plásticos y hierro lo invadió todo. El olor de los elementos sometidos a la alta temperatura producida por el choque se esparció por el ambiente. Fragmentos de partículas volátiles, algunas incandescentes, sembraban el suelo de ceniza.
La cafetería de la estación quedó vacía. La gente salió en estampida por la puerta, corriendo hacia la vía en que se había estrellado el tren. Se metió entre la humareda. Yo, algo más precavido, antes de lanzarme a la vorágine, observé que no hubiese ningún peligro. Ningún vehículo descontrolado, un posible conato de incendio, cualquier elemento, por nimio que fuese, que hiciese inútil mi aproximación para ayudar a la gente. Tras realizar un rápido chequeo, me acerqué, admirado del valor mostrado por las primeras personas que habían acudido a socorrer a las posibles víctimas.
Cuando llegué, observé con asombro, que nadie estaba ayudando a nadie. Los, hasta hacía un momento, indignados ciudadanos, móvil en mano, corrían de un lugar a otro, haciendo fotos del tren siniestrado y de los ocupantes que se esforzaban en salir, sin que nadie se preocupase por ayudarles a abrir las encalladas puertas o servirles de apoyo y guía en su estupor. Mientras ayudaba a alguna gente a salir de los vagones, me sorprendí pensando en si alguna grabación llegaría a emitirse en una televisión china, como muestra de la barbarie e indiferencia occidental hacia su prójimo.