EL FAVOR
En un lejano país, más allá de los confines conocidos por los exploradores, aventureros, viajeros y hombres de culo inquieto, la vida transcurría apaciblemente para el presidente de la autonomía. Todo lo apaciblemente que podía transcurrir en un país sometido por los grandes monopolios que condenaban a la población al paro, el hambre y la desesperación en aras de un beneficio del trescientos tres por cien. Todo lo que se hallase por debajo de lo que los gurús platicaban desde tarimas sostenidas por bobos, advenedizos y animalillos con la inteligencia atrofiada por el miedo no resultaba beneficioso y debía de ser menospreciado. En la sociedad del éxito no se podían permitir negocios mediocres de medio pelo, sin plan empresarial, ni de expansión, ni de revalorización infinitesimal cuya única aspiración era vivir honradamente, comer, disfrutar de la familia y amigos y de vez en cuando permitirse el lujo de comerse un helado de chocolate mientras te dejas lamer los pies por las olas. El territorio vivía épocas de agitación. Había quien ponía en duda la legitimidad de la testa coronada, un hombrecillo que nunca había molestado a nadie y había sido bueno con todos, excepto con los elefantes. Tenía el vicio de la caza. Pero como dice el dicho del sabio, si no querían ser cazados que no hubiesen sido elefantes, que hubiesen sido otra cosa, ciudadanos por ejemplo. Los ciudadanos no son cazados, incluso hay países en los que tienen derechos. Pero es que los elefantes lo quieren todo, ser elefantes y no ser cazados. Sí que tienen la piel fina los animalitos.
Por desgracia, el que la gente pusiese en duda la legitimidad de la testa no era el único problema. Se habían dado varios casos de corrupción de todo tipo. Los bancos, cada día, dejaban en la calle a familias enteras al no poder hacer frente al pago de sus deudas, mientras se perdonaba a estafadores y especuladores. Estructuras y servicios pagados con dinero público eran entregados para que empresas privadas se lucrasen sin hacer ninguna inversión ni arriesgar capital. La gente empezaba a cuestionarse más de lo necesario y a preguntarse cosas. La situación podía derivar en actos de violencia. Ni las amenazas gubernamentales bastaban para contener a la población.
—Es que la prensa es muy mala, —se quejaba el presidente electo debido a la desidia del panorama político—. No nos ayudan a gobernar. Lo critican todo.
En su desesperación, el presidente electo tuvo una feliz idea. Pensó: “Podría ser.” Y no pudo evitar sonreír, hecho que no pasó inadvertido por los periodistas, que micrófono en mano le preguntaron. Cogido por sorpresa, se acordó de una antigua película sobre un jardinero que se convierte en gurú de un país muy importante.
—Tras el invierno viene la primavera. Veo brotes verdes. —Pensó que si a un subnormal le había ido bien aquella respuesta, a él por qué le habría de ir mal.
Total, que dejó plantada a la prensa pensando en la interpretación de la declaración formulada y entró en su despacho. Cogió el teléfono y marcó un número. Al otro lado de la línea le respondió la secretaria personal del presidente de la autonomía. Tras presentarse pidió hablar con su homólogo subordinado.
—Archie, hola. ¿Cómo estás?
—Bien, Meridiano. ¿Y tú?
—Estupendo. Oye, ¿tú eres un patriota?
—No sé, —se extrañó Archie al otro lado de la línea—. Supongo que sí. ¿Por qué?
—Por que como patriota te voy a pedir algo. Además, recuerda que me debes un favor. No quiero hablar de ello…, —se refería a cómo, en su momento, se había echado tierra sobre un asunto incómodo de financiación ilegal.
—Dime.
—Quiero que adelantes las elecciones y hagas una llamada independentista.
—¡Pero si yo no soy independentista!, —se quejó Archie.
—Lo sé. Pero el país te necesita en estos momentos.
—Pero no puedo hacerlo. Ni a mí, ni a nuestro partido nos interesa la independencia. ¿De qué vamos a vivir políticamente si la conseguimos?
—Hazme caso, que ya me ocupo de que no la consigáis. Si tú me haces este favor, yo te salvo el trasero haciendo de poli malo y todos tan contentos, —le dijo Meridiano.
—Pero es que me pides mucho. Va a ser mi fin político. ¿De qué voy a vivir?
—De lo que vivimos todos. Negocia una ley que interese a alguna empresa a cambio de un puesto de asesor.
—¿Esto es una línea segura?, —preguntó con miedo Archie.
—Está codificada.
—No solo soy yo. Es el partido. Si esto sale mal, nos vamos a comer los mocos, como partido, durante algún tiempo.
—La patria te necesita, Archie. Y recuerda que me debes un favor. Y que no te lo voy a cobrar. Te pido este favor como amigo y como patriota. Y te deberé uno.
—No sé, no sé…
—Sabemos que puede bajar la popularidad de tu partido. Si eso sucede, mi partido te da su apoyo en la investidura. ¿Vas a decir que no a cuatro años más chupando?
—Bueno, vale. Adelantaré elecciones y daré un discurso independentista.
—De acuerdo. Quedamos el lunes para escenificar la pantomima. Nos has salvado, Archie, nos has dado tiempo para ver si los mercados se recuperan mientras los ciudadanos se devanan los sesos con la independencia. Yo soy un crack de la estrategia política, pero tú, Archie, tú me superas. Tú eres un patriota. Algún día serás recordado como te mereces.
Vaya país! Sus ciudadanos son tontos o gilipollas por consentir todo eso.
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El otro día me encontré con un amigo, viejo profesor mío, ya jubilado, que me comentó, y recalcó comentó en lugar de preguntó, ¿Y qué podemos hacer?
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Ser masoquistas y seguir votando a los corruptos, a lacayos de los poderosos, despojarnos de toda vestimenta usar la vaselina y hacerles reverencias de espalda a ellos? O quizás reflexionar sobre otras soluciones sin escuchar sus cuentos sobre monstruos y desgracias si nos salimos del camino marcado. Bueno, eso deberían hacer en ese país.
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La alegalidad es una de las soluciones para los que no dominamos el poder ni sus herramientas de control y represión. Cualquier otra cosa necesita de un tiempo del que no de dispone.
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https://superduque777.wordpress.com/2015/10/12/mujer-2/
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Cualquier parecido con la realidad es… 😉
Un beso, Josep.
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Besote, guapa.
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