LA LLAMADA DEL CARTERO
Aquí os dejo con otra de esas anécdotas, de cuando en mis años estudiantiles, ejercía de oficial de reparto, cartero en lengua vulgar. No, la anécdota no la encontraréis en el libro cuya portada figura arriba.
Cuando trabajaba de cartero envidiaba a los compañeros cuya zona de reparto estaba constituida por bloques con conserje, pues evitaban el buzoneo, entregando toda la correspondencia a este, que se encargaba de depositarla en el buzón correspondiente. Esto les ahorraba mucho tiempo, y hacia la mitad de la mañana ya estaban libres. Los envidié hasta el momento en que un día, como otro cualquiera, llamé a un timbre. Era, y sigue siendo, el método habitual para acceder al hall del edificio para depositar la correspondencia en los buzones. Como el inquilino habitual no me abrió, por ausencia o por estar ocupado, llamé a otro timbre:
— ¿Quién es?
— El cartero.
— Sube, que no está mi marido.
Tras franquear la puerta y distribuir la correspondencia, me decidí a subir a ese quinto, por ver qué me deparaba el destino. La puerta estaba abierta, aun así, llamé al timbre:
— Pasa.
Entré y me quedé en el recibidor.
— ¿Vienes o qué?
Una mujer de muy buen ver, completamente desnuda, se asomó sonriendo al pasillo, sin molestarse en taparse, a pesar de la sorpresa que supuso verme junto a la puerta, aún abierta.
— ¿Quién coño…?
— El cartero.
—Pensé… No le esperaba a usted. ¿Tiene algo para mí?, — me preguntó mientras se acercaba, sin el más mínimo recato.
— No, señora. He subido por curiosidad.
— Ya…
— Y por si le apetece cambiar de plato, — añadí tras realizar un rápido análisis de las señales no verbales. Tras esta frase, sentí cómo me desnudaba con la mirada y se imaginaba mis encantos en todo su esplendor, libres de la vestimenta. Como no soy buen analista, es por esto que no estoy en la CIA, no puedo decir si fue por mi sinvergüencería, por el uniforme de cartero, por mi apuesta figura o por mi apostilla, — si se decide, dispongo de treinta minutos, — por lo que acabamos en la alcoba
Estábamos en una de las suertes del arte amatorio, cuando sentí que llamaban al timbre. Levanté la cabeza, la miré a los ojos y le dije:
— Llaman.
Ella, poseída de deseo, placer y altamente excitada, me susurró con voz entrecortada, mientras con sus manos mesaba mis cabellos:
— Calla, y sigue comiendo.
😀 😀 😀 La frase final vale por todo el resto!
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El mérito fue de ella. Aunque supongo que tuve algo que ver….
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Erótico y con tonos de risa/sonrisa. ¿Qué más se puede pedir?
… sigue comiendo <<< Todo un detalle. 😉
Beso de domingo (sin misa).
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Con gran placer los recibo y los devuelvo. Un abrazo.
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Bueno, bueno, con las señoras y los carteros ( y demás gremios)… No es un mito? 🙂
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Cuando el río suena….
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Ameno y con su fondo especial de humor 🙂
Saludos.
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Celebro que te haya gustado. Un abrazo
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Buena tarde,amigo.
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Creí que era una leyenda urbana 😛
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Como caballero, aferrado a ciertos, usos no daré más datos.
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Excitante, … MB, un diez.
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Gracias. Un abrazo.
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Solo está bien lo que termina bien, y esto esta bien desde el principio. Delciosas anécdota, Josep.
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Pues sí. Gracias por tu visita. Celebro que te haya gustado. Un abrazo.
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